
Por Javier Surasky
Oficial de Programas de Gobernanza y Financiamiento para el Desarrollo Sostenible
j.surasky@cepei.org
El mundo está cambiando rápidamente. La COVID-19 ha hecho evidente lo que implica una verdadera crisis global y ha puesto de manifiesto el riesgo, la falta de preparación mundial y la insuficiente capacidad de reacción del multilateralismo. También ha evidenciado lo peligroso que puede ser ignorar las advertencias de la ciencia o seguir respondiendo a problemas complejos con viejas recetas. La palabra “interdependencia” ha adquirido un nuevo significado.
Como ha dicho Antonio Gramsci en sus Selecciones de los Cuadernos de la Cárcel, “La crisis consiste precisamente en que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer; en este interregno aparece una gran variedad de síntomas mórbidos”.
Entonces, la pregunta central que surge es qué es lo “Nuevo”, y cómo podemos apoyar su nacimiento para superar la crisis.
Por supuesto, esta pregunta tiene infinitas respuestas. Queremos centrarnos aquí solo en una pequeña parte del problema: ¿Se está muriendo la ONU actualmente? ¿Podría hacer parte de lo “Nuevo”?
La clave para responder podría estar en el pensamiento de Lourdes Arizpe. La antigua Directora General Adjunta de la UNESCO, citada por UN World Chronicle, explica: “alguien dijo una vez que las Naciones Unidas son un sueño gestionado por burócratas. Yo lo corregiría diciendo que se ha convertido en una burocracia gestionada por soñadores (…) alguien que trabaja en las Naciones Unidas tiene que ser un mago de las ideas, porque trabajar para las Naciones Unidas es como trabajar para un gobierno en el que todos los partidos políticos están en el poder al mismo tiempo”.
Lo cierto es que el futuro del mundo no puede depender de los magos ni de los trucos de prestidigitación política. Y la mejor manera de evitarlo es equipar a las Naciones Unidas con herramientas más sólidas, ágiles y procesables. ¿Cómo?
- Las Naciones Unidas no pueden seguir siendo un escenario para debatir hechos confirmados: el cambio climático, el envejecimiento de la población, las ciberamenazas están ante nuestros ojos y deben ser abordados con urgencia. Si no podemos tomar la mejor decisión, la ONU debería presionar para adoptar la mejor posible.
- La velocidad del cambio tecnológico en el mundo es al mismo tiempo una amenaza y una oportunidad. La ONU debería prestar un fuerte apoyo a los actores estatales y no estatales para minimizar las amenazas y promover las oportunidades.
- En relación con el punto anterior, los Estados y las partes interesadas deben reforzar la capacidad de la ONU para ir más allá de la curva. “Somos la primera generación que puede acabar con la pobreza en el mundo”, hemos escuchado desde principios de este siglo. “Somos la última generación que puede acabar con el cambio climático” es un mantra que se repite desde hace diez años. Lo que ha quedado claro es que es la primera vez en la historia en que el curso del tiempo juega en nuestra contra.
- Para que los cambios se produzcan, necesitamos un nuevo multilateralismo: más ágil, inclusivo y basado en la evidencia. Un multilateralismo donde el conocimiento fluya desde de todas las fuentes, los responsables de la toma de decisiones escuchen realmente, y donde la toma de decisiones y las decisiones basadas en evidencia se conviertan en sinónimos.
- La ONU no puede seguir siendo relevante si no hay una amplia inclusión de los actores no estatales. El estadocentrismo es parte de lo que está muriendo. Los Estados no son los únicos hacedores del mundo, y no pueden pretender seguir siendo los responsables de la toma de decisiones en una sociedad cada vez más compleja. Seguirán teniendo un papel protagonista, pero hay más actores en el escenario.
- Los Estados y los líderes de la ONU deberían establecer mayores incentivos para innovar dentro de la ONU. Los altos funcionarios de la ONU deberían sentirse libres para imaginar nuevas soluciones y pensar de forma diferente a la establecida. Incluso la “narrativa aceptada por la ONU” debería ser revisada de manera permanente. Como dijo el embajador Csaba Körösi en el marco del proceso de negociación de la Agenda 2030: “¿Cómo se puede construir una visión de futuro a partir de un lenguaje previamente acordado?”.
La ONU que conocemos nació tras la Segunda Guerra Mundial, una tragedia que ayudó a los países a comprender la necesidad de unirse para construir un mundo mejor para “nosotros, el pueblo”. ¿Podría nacer una nueva ONU tras la COVID-19?