COVID-19: optimista o pesimista, no intentes reconstruir el mundo tras la pandemia

abril 13, 2020

Javier Surasky
Cepei
j.surasky@cepei.org

13 de abril de 2020 

Desde hace varias semanas es normal toparse con artículos que intentan responder a la pregunta ¿cómo será el mundo tras la pandemia o, para ser más exactos, cuál será el orden mundial cuando podamos retornar a nuestras vidas y ocupaciones habituales? He leído decenas de estas publicaciones y tengo dos conclusiones:

La primera es que nadie tiene argumentos concluyentes para responder la pregunta. Con más o menos transparencia por parte de sus autores, se trata de juegos de futurología basados, en algunas ocasiones, en datos actuales y estudios históricos y, siempre, en las propias ideas sobre el mundo y la capacidad de aprender de las personas y las sociedades. Una puja entre optimistas y pesimistas, con algunos grises ideológicos en el medio.

Por el lado de los optimistas aparecen aquellos que sostienen (creen, como un acto de fe) que la humanidad y sus líderes aprenderán la lección, se volverán más solidarios y revalorizarán la importancia de la cooperación internacional. Un ejemplo de esto aparece en el artículo firmado por Andrés Oppenheimer en El Nuevo Herald, titulado “¿Un mundo mejor después de la pandemia del Covid-19?”. Allí el autor presenta una conversación con Peter Coleman, al que presenta como “un profesor de psicología de la Universidad de Columbia que estudia conflictos políticos y desastres naturales en todo el mundo”. Su principal conclusión, a partir de estudios de crisis y poscrisis, es que nuestra realidad actual puede conducir a una disminución de la polarización política a escala mundial: “Un estudio de 850 conflictos interestatales que tuvieron lugar entre 1816 y 1992 encontró que más del 75% de ellos terminaron dentro de los 10 años después de un shock al sistema” promoviendo solidaridad, altruismo y compasión.

Evidentemente tanto para Coleman como Oppenheimer el trabajo de Naomi Klein no es relevante, pues dudo que no lo conozcan. De manera puntillosa la autora muestra en su Doctrina del Shock (libro y posterior documental fílmico) cómo las grandes crisis han sido aprovechadas para introducir medidas sociales restrictivas de las libertades que en otro contexto hubiesen generado conflicto social y, sin embargo, son aceptadas dado el estado de aturdimiento propio de la situación que afecta la capacidad analítica y de respuesta social. Las crisis que ponen en shock a las sociedades, explica, han desencadenado en medidas que incrementaron la desigualdad, pusieron mayor presión sobre el ambiente, fortalecieron dictaduras y dieron aire político a gobiernos con malos resultados de gestión.

De hecho, el mismo día que se publicaba el artículo de Oppenheimer, el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas advertía sobre los riesgos que la pandemia implican para la materia, no solo ahora sino una vez que esta sea superada. Y al día siguiente el Secretario General de la organización advertía a su Consejo de Seguridad que la pandemia del Coronavirus amenaza la paz y la seguridad internacionales y “podría derivar en un incremento en la agitación social y la violencia”. Advertencia en vano puesto que el Consejo de Seguridad se encuentra incapacitado de actuar debido al señalamiento cruzado de responsabilidades por la actual situación en que se han embarcado los Estados Unidos y China, aun cuando ya sabemos que el virus no es una creación de laboratorio (un arma biológica).

Mi segunda certeza es que se debe evitar a toda costa intentar reconstruir el mundo. Las instituciones y la lógica sistémica del orden previo a la pandemia han sido grandes hacedores del desastre. El mundo no debe ser reconstruido, sino rediseñado.

De todos los elementos que podría señalar aquí voy a referirme solo a uno: el orden pre-pandemia establece sus prioridades no solo de una manera absurda —por ejemplo, priorizando el crecimiento económico sobre la continuidad de la vida y priorizando la libertad individual sobre la equidad social como si una fuese posible sin la otra— sino que, como un credo de fanáticos, obliga a desconocer la realidad y a crear obstáculos al razonamiento. 

En un blog anterior mencionamos que la ONU había advertido del riesgo de esta pandemia meses antes de que comenzara. El video de la charla TED de Bill Gates advirtiendo la tragedia de una pandemia de tipo gripal en 2015 se ha convertido en, vaya coincidencia, viral. Uno de los más importantes divulgadores científicos de datos de los últimos años, Hans Rosling, escribía en su libro Factfulness (aquí un resumen en video), el último que publicaría antes de morir en 2017, que la humanidad debería estar realmente preocupada por cinco cosas, la primera de ellas la posibilidad de una pandemia global:

Destacados expertos en enfermedades infecciosas coinciden en que un terrible nuevo tipo de gripe sigue siendo la principal amenaza para la salud mundial (…) Tenemos que asegurarnos de que la asistencia sanitaria básica llegue a todo el mundo, en todas partes, de manera que los brotes puedan detectarse más rápidamente. Y necesitamos que la Organización Mundial de la Salud se mantenga sana y fuerte para coordinar la respuesta global. 

La respuesta frente a estas y otras advertencias fue destacar su importancia y la valentía y trabajo de quienes las formularon. Nada más. La inacción no se percibe como contradictoria al discurso, porque queda alineada con los mandatos y prioridades del sistema internacional.

No se trata de una novedad histórica ni de una consecuencia del capitalismo, sino del “instinto sistémico de negación” de todo aquello que puede poner en tensión el orden imperante que acompaña a la humanidad. Aristóteles en su Meteorología afirmaba que no podía haber vida humana en el trópico por las condiciones que, de acuerdo a la concepción del mundo de entonces, debían necesariamente existir allí. Cuando los navegantes portugueses llegaron y sobrepasaron el trópico e identificaron la presencia de seres humanos y sociedades organizadas, no fue suficiente para cambiar el apego a la aseveración aristotélica, por entonces parte del sistema de creencias de Europa. Simplemente no se percibía que hubiera contradicción entre una y otra cosa. Si esta referencia parece fuera de lugar hoy en día, quisiera recordar que se trata de la misma lógica que le ha permitido a la pandemia del COVID-19 expandirse en pleno siglo 21: negar lo evidente por más documentado que esté para evitar que el orden existente entre en contradicciones insalvables. Hacer esfuerzos para volver a poner en marcha un orden internacional de este tipo sería estúpido.

No sé cómo será el mundo tras el COVID-19, pero preferiría uno orientado a la acción y basado en datos, coherente y que ponga a la vida en el centro de la toma de decisiones. No espero tanto, pero tampoco estoy dispuesto a aceptar menos.


“Se informaron 34,668 casos adicionales y 1,832 muertes en la región de las Américas en las últimas 24 horas, lo que representa un aumento relativo del 6% (casos) y del 11% (muertes) en comparación con el día anterior. La mayoría de los nuevos casos (29,308) y muertes (1,528) provienen de los Estados Unidos de América.“.

Organización Panamericana de la Salud, 13 de abril de 2020

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