COVID-19: la violencia comienza en casa

abril 15, 2020

Javier Surasky
Cepei
j.surasky@cepei.org

15 de abril de 2020

“Para criar a un niño es necesaria una tribu entera”
Proverbio africano

“La infancia es un complot de los adultos en favor de los niños”
Enrique Fischer, cantautor, escritor y director de teatro, Precursor del género infantil en Argentina

Corren ríos de tinta explicando cómo la pandemia del COVID-19 que hoy nos tiene bajo cuarentena, supone un riesgo para los derechos humanos, la democracia, la paz y la seguridad internacionales. Las reacciones contra los avances autoritarios y violentos que están teniendo lugar en diferentes lugares del mundo bajo el pretexto de “cuidarnos del virus” despiertan preocupación entre tomadores de decisiones y respuestas inflamadas en las redes sociales.

No. No es un hecho que la crisis que estamos viviendo hoy nos lleve a revalorizar al otro ni es esperanzador que los líderes mundiales expresen su preocupación ante un brote que ellos mismos han contribuido a generar. Y de otra parte, encontramos en las redes sociales, acciones o propuestas equivalentes a un “like” para terminar con el hambre mundial.

Lo que no se hizo en el pasado, como fortalecer a las Naciones Unidas, financiar debidamente a la salud o reconocernos como parte de la naturaleza, hoy solo nos sirve para “llorar sobre la lecha derramada”, como sucede en una de las fábulas de Esopo. Podemos aprender de los errores, por supuesto, pero solo podremos cambiar lo que está todavía por delante. Eso tiene que comenzar hoy, en pleno desarrollo de la crisis, no cuando nos hayamos liberado de ella y sus efectos. Para entonces posiblemente sea muy tarde para muchas personas.

Voy a focalizar mi atención en un tema: desde la adopción de la Agenda 2030, cuando hablamos de desarrollo sostenible tendemos a señalar que el mismo nace de la conjunción de las esferas social, económica y ambiental. Repetir esa afirmación nos ha llevado a un “efecto túnel” que nos hace olvidar una premisa básica: el desarrollo sostenible es, ante todo, el camino de la solidaridad intergeneracional. Desarrollarnos sin poner en riesgo las capacidades de las futuras generaciones para promover su propio desarrollo. 

Llevemos esa abstracción a nuestra práctica actual, y hagámoslo desde una aproximación que nos permita ver cuánto nos está enseñando el COVID-19. Pensemos en nuestra relación con la generación que nos seguirá inmediatamente en el tiempo, o sea los niños, niñas y adolescentes de hoy; y en el ambiente primario donde se desarrollan la mayoría de sus vidas, la casa familiar.

La violencia contra los niños, niñas y adolescentes en el hogar es una pandemia desde hace mucho tiempo: según el informe Behind Closed Doors: The Impact of Domestic Violence on Children publicado en 2006 por UNICEF, y sobre la base de un cálculo conservador, 275 millones de niños, niñas y adolescentes estaban entonces expuestos a la violencia doméstica. No es un fenómeno que fuera novedoso tampoco para entonces. La Agenda 2030 incluye entre sus metas la de “poner fin al maltrato, la explotación, la trata y todas las formas de violencia y tortura contra los niños” (meta 16.2). El indicador 16.2.1. es la proporción de niños de entre 1 y 17 años que han sufrido algún castigo físico o agresión psicológica a manos de sus cuidadores en el último mes. Este indicador ha sufrido cambios desde su primera adopción, en que refería a “porcentaje” en lugar de proporción de niños, niñas y adolescentes, y se mide mediante un proxi que se limita a la edad de 14 años (en lugar de 17) a efectos de lograr comparaciones internacionales. Aun así, los datos disponibles para dar seguimiento de este indicador son muy escasos: solo contamos con 92 puntos de referencia a nivel de Estados para todo el período 2015-2019 (Ver la base de datos sobre indicadores de los ODS de UNSTATS aquí). Cualquier aproximación regional o global que quiera hacerse sobre esas bases será muy débil.

Lo que sí señalan los múltiples estudios realizados desde que comenzó la cuarentena es un incremento de la violencia doméstica en perjuicio de niños, niñas y adolescentes con las niñas y jóvenes llevándose la peor parte (también la violencia doméstica contra las mujeres ha crecido como consecuencia del encierro forzado). A efectos de no repetir información innecesaria, recomendamos la lectura del artículo de Amanda Taub, del 6 de abril, publicado en The New York Times bajo el título “Una nueva crisis de Covid-19: los abusos domésticos crecen en todo el mundo” (disponible solo en inglés).

¿Quién iba a pensar que algo así pudiera suceder? Cualquiera que estuviese informado: no solo aislar a las víctimas de sus contextos sociales es una de las formas más estudiadas y comunes de actuar del agresor, sino que la experiencia en la crisis del ébola en países de África hablaba claramente: durante el brote (2014-2016) se verificó en África Occidental un pico en los niveles de abandono infantil, abuso sexual y embarazos adolescentes (en Sierra Leona, los embarazos adolescentes se duplicaron, alcanzando los 14 mil casos al final del brote).

En marzo UNICEF y la Alianza para la Protección de los Niños y las Niñas en el Marco de Acciones Humanitarias publicaron una guía, un protocolo, sobre el tema. Pidieron a los Estados tenerlo en consideración. No solicitaban evitar las cuarentenas, que eran y son necesarias, pero sí que se tuviesen en cuenta sus posibles efectos de incremento de la violencia doméstica contra niños, niñas y adolescentes, origen de muerte violenta de sus víctimas (homicidios), lesiones graves, deterioro del desarrollo del cerebro y del sistema nervioso con consecuencias permanentes, afecciones del desarrollo cognitivo, la adopción de comportamientos que implican riesgo para la salud de las víctimas a lo largo de su ciclo vital (como mayor propensión al abuso de alcohol y drogas), tasas por encima del promedio de ansiedad, depresión y suicidio. La lista, elaborada por UNICEF, continúa.

El COVID-19 no nos ha hecho ni nos hará automáticamente mejores personas. La pandemia muestra que seguimos teniendo una capacidad de visión social selectiva (o de ceguera social selectiva, si se lo observa desde el otro lado). La falta de datos nos señala que no mirábamos la situación de la violencia doméstica contra niños, niñas y adolescentes antes, pero la realidad nos dice que tampoco lo hacemos ahora, a pesar de los enormes esfuerzos de las Naciones Unidas y de actores no gubernamentales por mostrarnos una realidad que sigue oculta porque “queda en casa”.

No hay desarrollo sostenible si no cuidamos y protegemos a las próximas generaciones incluso, y tal vez especialmente, de quienes las agreden desde la infamia y la cobardía de sentirse impunes bajo el techo de su propia casa. Se trata de un imperativo que debe hacerse práctica ya mismo, porque no puede esperar al final de la pandemia y mucho menos a que se desvanezcan sus efectos. No tenemos ese tiempo.


“Se informaron 34,668 casos adicionales y 1,832 muertes en la región de las Américas en las últimas 24 horas, lo que representa un aumento relativo del 6% (casos) y del 11% (muertes) en comparación con el día anterior. La mayoría de los nuevos casos (29,308) y muertes (1,528) provienen de los Estados Unidos de América.“.

Organización Panamericana de la Salud, 13 de abril de 2020

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